El máximo agujero en la capa de ozono ocurrió el 22 de septiembre de 2004. |
Pesticidas como el DDT, la lluvia ácida, la muerte de los bosques, el agujero en la capa de ozono: la catástrofe era inminente, pero no ocurrió. Aunque son problemas de cuidado, el apetito por vociferar cataclismos afiebró a científicos y medios de comunicación. A continuación, seguimos con el reportaje de la revista Wired sobre el alarmismo apocalíptico.
El libro Silent Spring (Primavera Silenciosa) fue un eje del
movimiento ambientalista moderno. Fue publicado hace 50 años, cuenta Matt
Ridley en el artículo de la revista Wired, y su autora, Rachel Carson, pilar de
la nueva conciencia ambiental, dio una alarma asegurando que el uso de
pesticidas sintéticos, especialmente el DDT, estaba provocando una masacre
entre la fauna silvestre y una epidemia de cáncer entre los seres humanos. Uno
de sus grandes inspiradores fue Wilhelm Hueper, primer director del
departamento medioambiental del Instituto Nacional del Cáncer, de EE.UU. Hueper
estaba tan obsesionado con los pesticidas como provocadores del cáncer que se
opuso a la posibilidad de que el tabaco tuviera alguna incidencia. En 1955
Hueper escribió:
“Los contaminantes atmosféricos de la industria son en gran
parte responsables del cáncer a los pulmones… el humo del cigarrillo no es un
factor causal del cáncer de pulmón”.
Lo que significa que incluso algunos hombres de ciencia se
afiebran cuando se trata de determinar las causas del daño medioambiental. Es
más, dice, Ridley, “incluso el DDT, que por cierto impone riesgos s la salud a
quienes se encuentran indebidamente expuestos, nunca ha sido ligado definitivamente
al cáncer”.
En los 70, la preocupación por el uso de químicos se
trasladó a la contaminación atmosférica. La revista Life dijo en enero de 1970:
“Los científicos tienen evidencia experimental y teórica sólida para concluir
lo siguiente: en una década los habitantes de las ciudades deberán usar
máscaras de gas para sobrevivir a la polución… en 1985 la polución del aire
reducirá a la mitad la cantidad de luz solar que llegue a la Tierra”.
Bosques
En los 80 fue la lluvia ácida el motor del Apocalipsis. En
noviembre de 1981 la revista alemana Der Spiegel tituló un reportaje así: “Los
bosques mueren”. Poco después otra revista alemana, Stern, publicaba que un
tercio de los bosques alemanes había muerto o estaba en proceso. Bernhard
Ulrich, científico especializado en suelos, advertía: “No pueden ser salvados”.
Y en 982 la revista New Scientist se lamentaba: “Los bosques y los lagos están
muriendo. Probablemente el daño ya es irreversible”. Diagnóstico que afectaba
también a Norteamérica, donde se decía que los bosques desde Virginia a Canadá
central estaban muriendo masivamente. Pero una investigación de 10 años en
Estados Unidos, que involucró a 700 científicos, declaró en 1990: “No hay
evidencia de una declinación general o inusual de los bosques de Estados Unidos
y Canadá debido a la lluvia ácida”.
Bosques en Alemania. Crédito: Grunpfnul |
En Alemania, el investigador Heinrich Spiecker, director del
Instituto de Fomento Forestal, fue comisionado para evaluar el estado de los
bosques europeos. Dijo: “Desde que comenzamos a evaluar los bosques hace más de
100 años, nunca hubo un volumen de material vegetal más grande que hoy”. “Irónicamente”,
advierte Matt Ridley, “uno de los principales ingredientes de la lluvia ácida,
el óxido de nitrógeno, se descompone naturalmente para convertirse en nitrato,
un fertilizante para los árboles”.
En el caso de los lagos de Norteamérica, se analizó que su
creciente acidez probablemente era causada más por la reforestación que por la
lluvia ácida, dice Ridley.
Ozono
En los 70s los científicos descubrieron el hoyo en la capa
de ozono y el Armagedón nuevamente era pronosticado con altoparlantes. ¿La
culpa? Los clorofluorocarbonos. La desaparición de ranas y el aumento de los
melanomas acusaban el peligro. En 1992 el ex vicepresidente de EE.UU. Al Gore
hablaba de salmones y conejos ciegos. The New York Times informaba sobre el
aumento de ovejas y conejos con cataratas en la Patagonia. Sin
embargo, muchas cosas eran incorrectas: las ranas morían por culpa de un hongo,
escribe Ridley, y las ovejas tenían conjuntivitis, y el índice de mortalidad
por melanomas se estabilizó durante el aumento del hoyo. Y de los salmones y
conejos ciegos nunca más se supo.
En 1996 se logró el acuerdo para prohibir el uso de
clorofluorocarbos, pero esta la predicha recuperación de la capa de ozono no
ocurrió. Es más, dice Ridley, el crecimiento del hoyo paró antes del acuerdo. Hasta
hoy los científicos no saben por qué sigue formándose el forado cada primavera,
aunque algunos piensan que la desintegración de los químicos que le habrían
dado origen demorará más tiempo.
Lo cierto es que el agujero no resultó una catástrofe, como
vociferaron muchos, aunque es de cuidado.
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