El jardín me da rabia

Will Scarlett, líder de los Kindred of the Kibbo Kift.
Ser verde no es algo nuevo. Para nada. Ser verde ha estado asociado antes a tiempos agitados y también de reivindicación social. Es decir, el jardín no siempre ha sido sólo un lugar de contemplación. 


El jardín del Edén, el jardín de Epicuro, el jardín de Erasmo de Rotterdam, el jardín de los estoicos… Borges, amigo personal de esta revista, en su increíble Libro del Cielo y del Infierno escrito junto a Adolfo Bioy Casares cita al escritor Farrel du Bosc y su libro Nugae de 1919 (escritor de “mentira”) hablando de la etimología de: “Paraíso, la palabra nos llega del Oriente; de pardas, jardín, lugar delicioso, en idioma zenda”.
No siempre el jardín ha sido concebido como un lugar de recreo físico y mental. El historiador del arte Paul Gough dijo: “Plantar es una forma de protesta”. Y es razonable, según explicó el diario británico “Independent”. En un mundo menstruado por el cambio climático, el fuego del petróleo, la comida transgénica, la dieta, la salud, la cohesión social, el jardín irrumpe como un reclamo donde convergen todos estos temas. 

El artista-jardinero Ian Hamilton Finlay, ya fallecido, dijo: “Algunos jardines son descritos como un retiro cuando en realidad son un ataque”.  

Portada del libro de George McKay.
George McKay, escritor del artículo en el “Independent” y profesor de Estudios Culturales en la Universidad de Salford, escribió el libro “Radical Gardening: Politics, Idealism & Rebellion” (Jardinismo Radical: Políticas, Idealismo & Rebelión en el Jardín), donde aborda este enfoque, el del jardín como un grito, y compara ideas como la propagación y la propaganda, la granada y la granada de mano.

Ha habido jardines fascistas, dice McKay: el jardín en el campo de concentración de Dachau era singular: fue levantado sobre los principios de la biodinámica de Rudolf Steiner, conceptos muy apreciados por los nazis. La villa de las SS en Auschwitz, llamada así por Primo Levi, con sus casas normales, sus jardines normales, sus niños y sus mascotas normales, y cuyos senderos estaban cimentados con huesos humanos.

La utopía verde

Winston Churchillo dijo una vez: “La guerra es la ocupación natural de los hombres… la guerra y la jardinería”.

McKay cuenta por ejemplo que en los pantanos de East Anglia (una región oriental de Inglaterra que fue drenada para ganar tierra al mar y que por su fertilidad se convirtió en una fuerza agrícola) se estableció allá por 1840 una comunidad utópica para crear un nuevo mundo: “Se abolió el dinero, se desarrolló una agricultura intensiva, se creó una cancha de cricket, se decretó el amor libre, el feminismo militante, incluso una prensa independiente. Los colonos se comparaban con Robin Hood y todos vestían de verde, hombres y mujeres (ellas con pantalones incluso).

Las sufragistas atacaron los jardines por ser un símbolo masculino.
En la década de 1920 y 1930 se formó una organización juvenil llamada The Kindred of the Kibbo Kift, una organización no militarista que se plantó como alternativa al movimiento de los Boy Scouts. Los miembros de The Kindred of Kibbo Kift marchaban vestidos de verde y algunos lanzaron ladrillos verdes contra Downing Street y los bancos. En 1930 fueron conocidos como los Greenshirts o camisas verdes en oposición a los camisas negras, que eran los fascistas de la época.  

Uno de los ataques más notorios fue el protagonizado por las sufragistas, el movimiento de las mujeres que abogaban por el sufragio femenino. Sus actos fueron entonces calificados como vandalismo feminista. En 1913 atacaron la Casa de la Orquídea y luego el Pabellón del Té, incluso con bombas. ¿Por qué? Por la asociación que había entonces entre género masculino y jardines y agro.

Como conclusión, McKay dice que lo que quiere mostrar es la íntima relación histórica entre “ser verde” y tiempos de agitación y cambio social. Algo que vemos hoy día con muchísima claridad, con ánimo racional y también irracional. De hecho hoy en Gran Bretaña existen las “guerrillas jardineras”. 

Así quedó el Pabellón del Té incendiado por las sufragistas.

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